Corr?a una de esas tardes de s?bado de abril tan perfectas, tan deliciosamente tibias, en las que una brisa de seda acaricia las mejillas y uno querr?a vivir para siempre al aire libre. El d?a hab?a sido largo y soleado. Mientras al filo de las cinco cruzaba el puente Golden Gate en direcci?n del condado de Mar?n, Page contempl? las aguas de la otra orilla y qued? maravillada. Mir? de soslayo a su hijo, que iba sentado a su lado y cuyas facciones parec?an una r?plica de ella misma. Su rubio cabello se levantaba muy tieso all? donde lo hab?a aplastado la gorra de b?isbol, y ten?a la cara cubierta de mugre.
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